Tras la desaparición del convento situado en lo que actualmente sería el Colegio jesuitas de Portaceli, el retablo fue desmembrado, llegando a nuestros días solamente la talla de Santo Domingo de Guzman Penitente.
La talla se conserva en el museo de Bellas Artes de Sevilla. Tiene una altura de 1,47 m, con 0,68 m de ancho y 1,26 m de profundidad. Martínez Montañés representa al santo recogiendo las enseñanzas de Torrigiano, arrodillado, desnudo hasta la cintura, con el hábito blanco de la orden, suelto y atado en la cadera y en una mano un crucifijo y en la otra un flagelo con el que se azota la espalda.
Domingo de Guzman nace en 1170 en Caleruega, provincia de Burgos, España. Hijo de Felix Núñez de Gúzman y de Juana Garcés (llamada popularmente como Santa Juana de Aza, beatificada en 1828). Tras su periodo de formación con su preceptor, su tío el arcipreste de Gumiel de Izan, Gonzalo de Aza, contínua sus estudios en Palencia de Arte y Teología. Tras finalizar teología en 1194 es ordenado sacerdote.
En 1205 el rey Alfonso VIII le encarga que acompañe al Obispo de Osma, monseñor Diego de Acebes, como embajador extaordinario, para que concerte en la corte danesa las bodas del príncipe Felipe. Eso le lleva a viajar a Dinamarca y Roma. En estos viajes se aclaró su destino atendiendo a una vieja vocación misionera, convirtiendo a los herejes cátaros al catolicismo, a través del movimiento de predicadores. En 1215 establecería en Tolosa la primera casa masculina de la Orden de Predicadores. En 1220 consigue la Bula del Papa Honorio III para el reconicimiento de la Orden de Predicadores.
El 6 de Agosto de 1221 muere en Bolonia donde fue enterrado.
El monasterio de Santo Domingo de Porta Coeli, fuen fundao en la primera mitad del S. XV, extramuro de la ciudad, en unas casitas situadas en los terrenos llamados la Huerta del Rey y junto al palacio musulman de la Buhayra. Fue la segunda casa de dominicos fundadas en la ciudad, ya que anterior a este era el Monasterio de San Pablo, fuando en 1420, promovido su edificación por Fray Álvaro de Córdoba.
La decadencia del monasterio sería consecuencia de la invasión francesa y el decreto de desamortización de 1835, condenando a la comunidad a la extinción y la ruina total del monasterio.